El inicio del año siempre es un buen momento para marcar “un antes y un después”, una bisagra que sirva para repensar y planificar lo que viene. La vitivinicultura no es la excepción, pero en ella la bisagra no implica el comienzo sino el fin, ya que el inicio del año calendario coincide con la cosecha de uvas, que es la conclusión del ciclo productivo.


Aquí se abren interrogantes que, simplificándolos, se podrían reducir a una palabra: equilibrio. ¿Cuánto hay que producir para mantener el equilibrio, que a su vez se tiene que reflejar en el precio de los diferentes productos –uva y vino– que comercializa el sector vitivinícola? Decimos que hay interrogantes porque evidentemente estos equilibrios dependen de cantidades que hoy conocemos pero que no sabemos con certeza cómo van a evolucionar y de expectativas acerca de su evolución. Cómo juegan estas variables es lo que vamos a analizar.

Siempre teniendo presentes los equilibrios, hay cuatro variables que pueden influir directamente en la oferta-demanda de la cadena y que no conocemos con certeza: cosecha, ventas de vino y jugo de uva y stocks.

Una cosecha superior

Empecemos por la cosecha de uva en Argentina. Sabemos que venimos de dos vendimias muy buenas en calidad pero extremadamente bajas en volumen y que, como se ha repetido muchas veces, las podemos registrar entre las más bajas de los últimos 60 años.

En esta línea es esperable que la cosecha 2018 sea superior a la de 2017, algo que podemos reforzar sabiendo que las heladas si bien afectaron algunas zonas puntuales, como por ejemplo parte del Norte de Mendoza y el Sur de San Juan y en menor medida algún sector del Valle de Uco, no han sido generalizadas, y resta esperar lo que pueda afectar el granizo; pero podemos decir que, seguramente, la producción de uva de Argentina se incrementará en 2018 respecto al año anterior.

Un escenario “conservador” muestra que un aumento de la producción de uva del 15% significaría pasar de 1.900 millones de kilos que se usaron para vinificar en 2017, a 2.200 millones para 2018.



Un “piso” en la caída de ventas

Recuperar mercados es el gran desafío de la vitivinicultura argentina ya que en 2017 prácticamente todas las categorías de productos vínicos (vino y jugo de uva) disminuyeron sus ventas en volumen.

La venta de vino en el mercado interno cayó 5% entre 2017 y 2016; las exportaciones de vino embotellado disminuyeron en el mismo valor y registramos algunas caídas estrepitosas como la del vino a granel y el jugo de uva al exterior de 40%, aproximadamente, en cada producto. Estas caídas reafirman los resultados negativos del año anterior, ya que en 2016 también se advirtieron bajas en despachos y exportaciones.

Por ello en 2018, con estabilidad de precios tanto a nivel macro (reducción de la inflación y una mejora del tipo de cambio real) y estabilidad micro, es decir, precios de uvas y vinos razonables, es de esperar que los vinos y jugos concentrados de Argentina sean competitivos en precios y la caída, al menos, se detenga.

¿Qué es un precio razonable? Datos de la empresa Scentia de fines de 2017 mostraban que los precios de vinos básicos y cervezas estaban cercanos, la relación “precio tetra brik respecto a precio de cerveza” era cercana al 0,8 - 0,9, mientras que en 2015 la relación era 0,6, lo que indica que, posiblemente, la relación próxima a 1 sea la de precios razonables.



La información de precios de uvas también nos muestra cosas interesantes: cuando deflactamos el precio de las uvas tintas y rosadas vemos que difícilmente los precios de la materia prima sean la próxima temporada, en términos reales, mayores a los del último año, ya que éstos se encuentran entre los más altos del período. La escasez hizo lo suyo en 2016/2017 y la abundancia puso su parte en 2014/2015 con precios planchados. Vemos también algo que hemos marcado en anteriores informes; las oscilaciones bruscas no le sirven ni al productor, ni al bodeguero, ni al consumidor.





Junto con la estabilidad de precios aparecen oportunidades en el mundo, por menores disponibilidades de vino de los competidores, pero eso lo veremos más adelante.

Anteriormente, hicimos mención al jugo de uva y el vino a granel ya que la situación de estos productos es crítica. En una serie de 17 años, las ventas del último año son prácticamente las más bajas del período, lo que nos induce a pensar, nuevamente, lo difícil que resultaría vender menos en 2018 que lo vendido en 2017.





Los stocks en equilibrio fino

Lo que sigue es analizar la cuarta variable que hace al equilibrio: las existencias vínicas. Los datos del Instituto de Vitivinicultura a comienzos de 2018 señalan que el stock de vino blanco al fin de mayo de este año será de aproximadamente 5,5 meses, es decir que al momento de liberar los vinos de la cosecha 2018 contaremos con un stock de la cosecha anterior de poco más de cinco meses de despacho, lo que traducido en litros significaría unos 160 millones, mientras que el vino tinto señala 7 meses de existencias o lo que es lo mismo, 400 millones de litros.

Son aproximadamente 6 los meses de reserva de vino con los que contaría la vitivinicultura argentina al cierre del ciclo productivo 2017/2018. Esta es una cantidad adecuada y suficiente para atender la demanda y cualquier vicisitud externa que se presente. Esos datos también muestran que la cosecha 2018 no debería agregar “nuevos meses” de existencias puesto que aumentar el nivel de stock desequilibraría el mercado, generando una sobre oferta y por lo tanto presionando los precios de uvas y sobre todo de vinos de traslado a la baja.

Potencialidad en el mercado externo por bajas cosechas en el Hemisferio Norte

Hace unos meses la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) informaba que la producción mundial de vino sufría en 2017 la peor caída en 50 años debido principalmente a la disminución de los tres principales productores de vino del mundo: España, Francia e Italia producen 1 de cada 2 litros del vino que se consume en el planeta.

Según la OIV, la cosecha en Francia en 2017 fue 19% menor a la de 2016 pasado de 45 millones de hectolitros a 37 millones y en algunas zonas como Bordeaux la disminución sería del 40% según fuentes privadas, al tiempo que en España la caída estimada es del 15% (unos 600 millones de litros de vino menos) y en Italia la baja porcentual es todavía más brusca llegando al 23%.

Para tener una idea de la magnitud, entre los tres países la disminución es de aproximadamente 2.800 millones de litros en un año (la elaboración de vino promedio anual de Argentina en los últimos años es de 1.400 millones de litros de vino).

Del lado del Hemisferio Sur la situación es heterogénea, el peso de los países es menor y las cosechas están a punto de arrancar, quizás el caso más llamativo es Sudáfrica que enfrenta una crisis hídrica sin precedentes, los reservorios de agua de Ciudad del Cabo se encontraban a un 30% de capacidad a comienzos de enero de este año mientras que en la misma fecha de 2016 estaban al 54%.

Si bien esto representa una oportunidad, hay que considerar las existencias. A modo de ejemplo, a principios de diciembre del año pasado el sistema de información del Ministerio de Agricultura de España informó existencias de vino español por 58 millones de hectolitros.

Las herramientas
Advertimos que si bien la caída global en producción abre una oportunidad para los vinos argentinos en el mundo, hay que ser cautelosos en los pronósticos ya que la competencia es muy exigente y hay un cierto reaseguro de stocks, la temporalidad juega también un rol importante ya que en un par de meses tendremos noticias de las cosechas 2018 del Hemisferio Norte y, esperemos que no sea así, la oportunidad se habrá esfumado, hay que moverse rápido.

Por otro lado, no hay que olvidar que el principal mercado para los vinos argentinos sigue siendo por lejos el mercado argentino y por lo tanto el crecimiento mínimo en ese mercado tiene un efecto en toda la cadena.

Finalmente, las oportunidades que se presentan tienen que ser potenciadas con medidas macroeconómicas que permitan aprovechar las ventajas: la disminución de la inflación, la mejora paulatina del tipo de cambio, la disminución de los costos logísticos, la merma de la carga impositiva y las cargas laborales son algunos de estos puntos.

Una mención aparte merece el aumento de reintegros a las exportaciones vitivinícolas, una herramienta que el sector viene requiriendo desde hace tiempo y que necesita imperiosamente hasta tanto lleguen las reformas estructurales.