La última década ha sido testigo de importantes cambios en la vitivinicultura argentina: ante los cambios en la demanda, la oferta fue paulatinamente adaptándose a estos nuevos requerimientos mediante la reconversión varietal, el desarrollo de nuevos productos, la fijación de precios y la adecuación de las estrategias empresariales. La industria vio cómo se verificó un proceso de crecimiento, e incluso de estabilidad dentro del sector, que fue interrumpido en los últimos años ante la crisis de caídas de precios reales, especialmente para el sector productivo y para los productos de menor precio. Esta crisis fue en parte generada por condiciones macroeconómicas adversas, aunque también intervinieron aspectos estructurales que demandan un mayor esfuerzo de adecuación para ser sostenibles en términos económicos. La demanda clama por mayor calidad La vid es un cultivo intensivo, tiene tiempos productivos propios desde el comienzo, cuando requiere 3 años o más para empezar a dar sus frutos, tras lo cual se toma un tiempo más en alcanzar su plena capacidad. Y con los años, también, empieza a declinar y requiere reemplazos. La misma biología determina que los tiempos del sector no siempre pueden medirse en meses, ni siquiera en un año contra el otro, sino que requieren de una mirada más extensa en el tiempo, más global. En los últimos 10 años, el cambio fundamental ha sido el de la demanda: si partimos desde unos 1.100 millones de litros consumidos en el mercado interno en 2005, el panorama es preocupante al compararlo con los 1.028 millones de 2015. Desde 2005 hasta 2012 este indicador cayó un 12%, tras lo cual comenzó a recuperarse hasta llegar a los valores actuales. Las causas tras este comportamiento, en parte, responden a las tendencias mundiales: menos volumen, pero de mayor calidad. En líneas generales, en la última década el consumo de vinos en el mundo y en nuestro país ha tenido comportamientos globalmente similares, aunque el coeficiente de correlación no es alto, por lo que deben buscarse causas para el comportamiento del consumo de vinos en Argentina, por fuera de las tendencias mundiales que también le afectan. GRAFICO-001 El consumidor exige Un estudio realizado por KNACK para el Fondo Vitivinícola Mendoza resalta que uno de los conductores de cambio en el consumo en los últimos 10 años es que, si bien la penetración de la categoría no ha disminuido (es decir la frecuencia con que las personas toman vino en un determinado tiempo), si lo ha hecho la cantidad que se consume en cada ocasión, y las ocasiones de consumo en sí. Cita como ejemplo que “han disminuido la cantidad de copas que se beben por semana, mayormente entre hombres y que3 de cada 10 consumidores menciona que bebe menos cantidad de vino que hace 5 años”. Estos conductores vienen de la mano de cambios en los hábitos y nuevas tendencias: cambio en los ritmos cotidiano de vida, cambio en la alimentación, nuevas bebidas que entran a competir por el mismo espacio, etc. Dentro de la categoría, el vino blanco es el que más participación ha perdido, al no haber conseguido ganar la batalla por la “refrescancia” (un atributo altamente valorado por los consumidores actuales) contra otras bebidas, particularmente la cerveza. El mercado doméstico representa aproximadamente el 80% de la demanda total de vinos argentinos, por lo que su suerte determina en gran parte la del sector. Hemos podido ver hasta aquí 10 años en los cuales el proceso de retracción que venía sucediendo por largo tiempo se detuvo, se amesetó, y desde 2010 incluso se revirtió. Esto tiene un impacto importante en los volúmenes que maneja el sector: la superficie implantada con vid en el país ha crecido sostenida pero suavemente desde 2005 hasta la actualidad, a un promedio de 0,7% anual. Esto es gracias a la tracción que produjo el crecimiento de varietales de gran demanda, particularmente Malbec, y desde 2010, a que dejaron de caer las variedades comunes (con una demanda apuntalada por el mercado del jugo concentrado de uva y la estabilización del consumo de vinos de mesa). variedades Los cambios en la demanda y en la oferta se vinculan a través de precios, quienes son los que dan las señales necesarias sobre el equilibrio o desequilibrio en que se encuentra el mercado. Los precios Los precios de los vinos varietales responden tanto a una mayor demanda como a una mayor oferta, y el comportamiento, en primer lugar permitiría afirmar que ha sido la primer variable la que ha imperado, ya que la curva de precios es sostenidamente ascendente en todo el periodo analizado. Distinto es el caso de los vinos genéricos, que si bien muestran un camino creciente es mucho menos pronunciado. GRAFICO-003 Sin embargo, a estos precios se les debe descontar la inflación del periodo, que ha sido relevante. Para ello, utilizamos el IPC Congreso para los últimos años. Una vez descontado el efecto de la inflación, las tasas, que se mantuvieron positivas hasta 2010, se hicieron negativas desde entonces. En el caso de los genéricos se dieron 3 años de tasas altas de crecimiento reales de precios –de 2008 a 2010- , entre el 20% y el 30%, tras lo cual el crecimiento se hizo negativo en términos reales, y hasta 2015 sin señales de recuperarse. GRAFICO-004 Esta situación de sobrerreacción del precio de vinos genéricos sería entonces coherente con la estabilización de la superficie de variedades comunes alrededor de 2010. Para los varietales se empezaron también a registrar tasas reales negativas desde 2011, pero la brecha parece ir acortándose, acercándose el precio real a una estabilidad. Sin embargo, sería demasiado lineal considerar superficie cultivada-precio como la única variable, ya que interviene en los destinos de elaboración (vino-mosto), las exportaciones y los procesos de elaboración, situación que analizaremos en otro informe. Las caídas de precios reales del vino de traslado (lo cual se repite también para la uva) han dañado severamente las estructuras productivas del sector, especialmente en el eslabón primario y el de elaboración, que son los que más atomizados se encuentran, y por lo tanto con menor poder de negociación a lo largo de la cadena. La adaptación al medio Entonces, en estos últimos 10 años la estructura empresarial del sector vitivinícola ha mutado, amoldándose a las necesidades económicas de aprovechar economías de escala y mejorar las posiciones de negociación. El proceso de concentración se ha producido en todos los eslabones de la cadena, no obstante, si lo comparamos con otras industrias regionales, se mantiene relativamente atomizado. Según el estudio Análisis Integral de la Vitivinicultura Argentina publicado por la Corporación Vitivinícola Argentina (Coviar), la producción primaria contaba en 2013 con 17.560 productores, de los cuales, el 10% era propietario del 58% de la superficie total, o, dicho de otra manera, entre 1.756 productores se repartían algo menos de 130.000 ha (un promedio de 80 ha cada uno). Contra esta situación, se encuentran los 15.800 productores restantes: el 10% de productores más pequeños, cuentan con apenas el 2% de la superficie y si sumamos hasta el 50% de los productores de menor tamaño, apenas llegan al 8% de la superficie. Es decir, que si bien existe una situación de productores grandes, es minoritaria, y no cambia la realidad de que este eslabón es altamente atomizado. En las siguientes etapas de la cadena la atomización va disminuyendo, especialmente al pasar al fraccionamiento y comercialización. Si utilizamos el coeficiente de Gini[1] como medida de la concentración horizontal, la producción primaria en 2013 arroja un resultado de 65,5%, mientras que la elaboración en 2014 tiene un coeficiente de 74%, el de fraccionadoras al mercado interno es 88%. En los últimos 10 años, y según el estudio de Coviar, los indicadores de concentración han ido subiendo, aunque, tal como expresamos previamente, se mantienen en la mayoría de las etapas, dentro de los límites de lo que la teoría llama “diversificado” o “medianamente concentrado”.
[1] El coeficiente de Gini es usado para medir la desigualdad en los ingresos y se encuentra envalores entre 0% y 100%, donde 0% se corresponde con la perfecta igualdad -todos tienen los mismos ingresos- y 100% se corresponde con la perfecta desigualdad.