Por: Alejandro Gennari, Jimena Estrella Orrego and Leonardo Santoni. En: AAWE WORKING PAPER No. 136. June 2013. ISSN 2166-9112

La vitivinicultura argentina tiene sus orígenes en la colonización española y su avance en el entonces Virreinato del Río de la Plata, pero su desarrollo efectivo se verifica a partir de mediados del siglo XIX con la inmigración europea, especialmente italiana y española y con la valiosa contribución de especialistas europeos contratados para las nacientes Escuelas de Agricultura, entre ellas la que devino en la actual Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Cuyo. La introducción de las variedades nobles francesas (Cabernet Sauvignon, Merlot, Tannat y Malbec especialmente), italianas (Barbera, Nebbiolo, Sangiovese, Bonarda) y españolas (Tempranillo, Semillón, Pedro Giménez) se produce conjuntamente con la llegada del ferrocarril a Mendoza y San Juan, favoreciendo la inmigración y la introducción de nuevas variedades, técnicas de cultivo y vinificación y sobre todo de las tradiciones de sus tierras de origen que portaban con sí los colonos inmigrantes. Además, el fuerte desarrollo de los sistemas de riego y de organización de la gestión del agua fueron momentos tecnológicos simultáneos en la evolución de la vitivinicultura. Las grandes bodegas de capitales familiares de origen italiano (Giol, Gargantini, Tittarelli, Cavagnaro, Filippini, Rutini, etc.) y español (Escorihuela, Arizu, Goyenechea, etc.) nacieron, crecieron y se consolidaron en este período y dieron sus características a la naciente industria vitivinícola argentina. Durante el siglo XX la vitivinicultura argentina experimentó períodos de crecimiento y euforia en los cuales se creía que las capacidades productivas y del mercado nacional no tenían límites, como también períodos de profundas crisis, con quiebras de empresas y crecientes intervenciones públicas, tendientes a disminuir los efectos negativos de las sucesivas crisis que se verificaron. Empresas y territorios, trabajadores y empresarios, legisladores y gobernantes fueron marcando con sus decisiones un sendero pleno de acciones, correctas e incorrectas, obviamente siempre bien intencionadas, pero con efectos muy disímiles y discutibles para la economía vitivinícola argentina y particularmente para las economías de Mendoza y San Juan, provincias del Oeste argentino donde se concentra históricamente más del 95% de la producción vitícola argentina. Los instrumentos utilizados por los gobiernos locales de Mendoza y San Juan como así también por el Gobierno Nacional han sido muy variados y han comprendido entre otras medidas desde prohibiciones de plantación a cupificaciones de cosechas (autorizaciones para cosechar un porcentaje de la producción), bloqueos de vinos (prohibición de venta de un porcentaje de los vinos producidos), prorrateo en su despacho a los mercados (liberación de porcentajes mensuales de los stocks al mercado), créditos a tasas subsidiadas, sistemas de promoción de plantaciones por medio de desgravaciones o diferimientos de pago de impuestos, intervenciones directas sobre el mercado (bodegas de propiedad de los Estados de Mendoza y San Juan) y acciones indirectas como la promoción del consumo interno. Sin duda, existe una rica experiencia de intervención pública que sirve como aprendizaje tanto para el sector vitivinícola nacional como para otras realidades productivas sobre los efectos de los distintos instrumentos utilizados y su mayor o menor pertinencia para resolver los problemas presentes y futuros de las economías agropecuarias.